En
el filme Andréi Rublev, Tarkovsky muestra
ese proceso de «saber-hacer» y «hacer-creativo» en el que intervienen un
sinnúmero de elementos que provocarán la culminación de la obra. En él se puede
apreciar los estadios por los que el pintor tiene que pasar para poder lograr
su pintura, su «lógica poética que obligó a Rublev a crear su famosa Trinidad».
Se tomarán algunas escenas del filme en el que se aprecia esta relación entre
el artista y la obra y el proceso por el que pasa en relación a las
circunstancias vividas.
En las primeras escenas aparece la
relación entre el aprendiz y el maestro, de donde sobresalen temáticas como el
esfuerzo, la claridad y la simpleza, la dedicación, el desinterés. En la escena
que trata sobre la pasión de Rublev, el artista habla con su maestro. Se puede
apreciar una relación entre Jesús y el artista. Así como con Jesús, la gente
está con el artista y después le dan la espalda. Rublev siente ese peso y esa
responsabilidad de pintar y la asume como Jesús asumió su misión al ser
crucificado. Teófanes el griego, a quien toma como su maestro, le hace ver que
hay una traición al propio arte (como Judas a Jesús). Hay una «prostitución del
arte». A pesar de todo, el artista carga con su cruz, asume su responsabilidad.
Hace falta una conciliación entre el artista y el arte, de aquí que se aprecien
unas escenas de la pasión de Jesús clavado en la cruz (de donde Rublev es el
protagonista, es el propio Jesús). Teófanes le insiste sobre la ignorancia que
tiene la gente, sabe que hay un culpable de la propia ignorancia y es «uno
mismo». Todos pecan por ignorancia y culpan a otros de esa ignorancia. El
artista es servidor del arte mismo, no de la gente. Alaban, critican y se
olvidan. Hay un círculo vicioso en la historia puesto que se repiten las
estupideces de la gente.
En la escena titulada «El Juicio Final»,
se deja ver el encargo de la catedral por parte del obispo y la impronta de que
esté terminada a costa de lo que sea, parecería que el artista se ve envuelto
en un dilema en el que tiene que finalizar sin poder detenerse en la
inspiración necesaria para ello. Un tiempo de dos meses es lo que ha llevado a
los artistas, encabezados por Rublev, en pre-ver
la pintura que cubrirá los muros de la catedral. Ya hay un aviso al príncipe de
que aún no se ha iniciado el encargo de la pintura. Aparece la expresión “Sólo
empieza y píntalo”, la frase que irrumpe con la idea de una pintura más contra
el ideal del arte que inspira al artista.
Se aprecian dos maneras de ver el arte.
Primeramente como simple oficio (producción, fabricación, técnica) y como creación
(en el que técnica y poesía están inmersas). Hay una problemática para pintar
el «Juicio». Rublev no sabe de qué se trata, lo que sí se sabe es que no es el
simple hecho de pensar, sino que tiene que haber una densidad, una atmósfera
propicia para la creación de la obra. Hay una negativa de hacer lo que se pide,
no es el propósito del artista, pintar lo que le piden, sino más bien lo que
hay en su interior. Foma, el discípulo de Rublev, desespera y se retira ya que
él fue a pintar y es lo que quiere, así que irá a probar suerte en una capilla
a la que lo han invitado, porque percibe que ahí nadie hará nada, o porque no
lo han decidido, o porque aún no llega la inspiración.
Rublev establece esa relación en el
arte, de nada sirve tener la intención de pintar y hacerlo, sino que hay un
trasfondo en el que el arte se debe sentir, se debe anticipar con la mirada, aquello que realmente debe plasmar el
artista en su obra (proto-idea), su
intención, su motivación, su ser para dejar que la obra sea una vez completada
(poner fin, delimitar la obra). Por
eso trae las palabras del apóstol San Pablo cuando medita sobre la fe, la
esperanza y la caridad, de las cuales la más importante es la caridad y si hace
falta la caridad, no sirve de nada. Con esta analogía su discípulo se ha
comportado como niño y ve las cosas como niño; Rublev, que es el maestro sabe
que las cosas son distintas en el acto de creación de la obra.
En el Palacio del Príncipe también hay una
petición y nuevamente se deja ver esta situación del trabajo por encargo,
además de una situación de rivalidad entre los hermanos príncipes, cada uno
quiere su palacio mejor que el del hermano.
En la escena que viene después de la
incursión de la alianza del gran príncipe con el Khan mongol, Rublev se da
cuenta de la miseria del ser humano, hay una desilusión, a tal punto que se
siente decepcionado por el humano por el cual confió y trabajó para él. Se da
cuenta de que las palabras de su maestro Teófanes son ciertas cuando discutían
sobre el ser humano al cual Rublev defendía al tener en cuenta que el hombre es
capaz de arrepentirse; Teófanes le dice que si Cristo volviera, lo volverían a
crucificar. Sabe que el pecado ha hundido al hombre en la tiranía, por eso se
dice servidor de Dios y no de la gente, porque «criticarán lo que primero han
alabado». Esta situación que Rublev había negado, ahora se da cuenta, en esta
escena de la invasión de los tártaros, de la razón que tenía su maestro. Rublev
pierde la fe en el ser humano, cuando la catedral es saqueada al encontrarse la
gente refugiada. Se siente ciego, había trabajado para la gente y ésta lo ha
decepcionado. Este hecho provoca que Rublev haga un voto de silencio y a la vez
prometa el no volver a pintar nunca más. Los tártaros robaron, violaron y
ultrajaron la obra de Rublev y no sólo eso, él mismo ha pecado, matando a un
hombre ruso que quiso llevarse a la mujer que Rublev decidió cuidar, una mujer
muda con retraso mental que llegó a la catedral. Cuando ella fue raptada en la
incursión de los mongoles, el pintor va detrás de ella y mata al hombre.
En la penúltima escena que trata sobre
la campana, se deja ver nuevamente la intención del artista creador. Se trata
de un joven fundidor. El príncipe anda en busca de alguien que pueda crear una
campana. Al acudir a la aldea de los fundidores, los servidores del príncipe se
encuentran con que no hay nadie que pueda hacer esta labor, puesto que la peste
ha arrasado con ellos. A pesar de ello, se encuentran con Boriska, el hijo del
fundidor, el cual, al darse cuenta de que el príncipe requiere de uno, se asume
como tal, pidiendo que lo lleven hacia él con la pretensión de que conoce la
fundición de la campana como su padre la conocía.
Boriska es llevado juntamente con otras
personas, ayudantes, para la creación de la campana. Suena muy pretencioso el
joven fundidor, ya que sus compañeros ayudantes, de mayor edad le hacen ver que
tienen más conocimiento que él, por lo que la idea sobre la consistencia del
lodo que cubrirá el cobre fundido, al ser negado por Boriska como poco
favorable, les da una sensación de ineptitud. Boriska está en busca de algo
para la creación de su obra. Expresa que “no es el lodo lo que se necesita”,
sino otra cosa que ni él mismo sabe, aunque pretende saberlo.
Rublev tiene el encuentro con Boriska mientras
éste da órdenes a sus ayudantes para la confección de la campana. Lo mira en
distintos momentos, pareciera que se identifica con ese niño necio, que no
escucha a sus compañeros sino a su interior. Finalmente están fundiendo el
cobre y al momento de verterlo, Boriska lanza una súplica para que todo salga
bien. Una vez que se enfría el cobre y van quitando el barro seco que rodea la
campana, Boriska se maravilla de su obra creada, hasta el momento ha salido
como lo había pre-visto, sin embargo
hace falta la prueba final: el sonar de la campana. Mientras se va moviendo el
badajo, se escuchan un sinnúmero de comentarios desfavorables sobre la campana,
la multitud reunida considera que es una obra fracasada porque subestiman al
joven que la ha dirigido. Cuando suena la campana se escucha la emoción de los
ahí reunidos que han asistido para la bendición e inauguración de la obra de
Boriska. Ante esto, el joven campanero llora amargamente porque el secreto
nunca fue revelado por su padre como se los había hecho creer a todos; el
secreto se fue a la tumba. En su poca experiencia, el hijo del fundidor, confió
en que «sabía-hacer» la campana. Rublev acude a él y rompe con su voto de
silencio y con su promesa de «ya no pintar más». Se ha identificado con aquel joven
que llora en sus brazos. Además se da cuenta que este joven creador ha llegado
a su momento de júbilo, ha combatido
toda serie de circunstancias antagónicas que trataban de una u otra manera de
opacar su labor. Sabe que este joven no se dejó vencer por la inhumanidad de
aquellos que lo rodeaban, sino que más bien confió una y otra vez en que él
sabía que lo lograría a pesar de las dudas que le surgían de momento. Puso la mirada y echó mano ante esa idea que
se había forjado.
Toda
esta situación permite que Rublev tome confianza en sí mismo y deje de lado la
ignorancia e inhumanidad de la gente. Esto permitirá que retome su misión de
pintar la Santísima Trinidad
encomendada desde hace tiempo y abandonada al poner su confianza en la gente y
no en su saber como artista del que hay una reiteración por parte de sus
conocidos, pero que no ha habido un convencimiento aún, que tiene que llegar
desde el artista mismo.